lunes, 9 de enero de 2012

La ebriedad

      A la hora de los postres, ya con alguna mancha en el mantel, preside la mesa una extraña torta de maíz con fresa, regalo de un pastelero experimental amigo de la familia. Proliferan licores de diferentes tonalidades y espesuras; a juzgar por las botellas, el más celebrado parece ser el de café. El ambiente, que era tenso al principio, se ha ido desordenando. Los hermanos del Casar ya no disimulan su aburrimiento; el padre muestra su desdén abiertamente, con los labios mojados de aguardiente y los ojos algo llorosos; la madre sigue invisible, con leves fogonazos de luz que le endiablan la mirada; la novia permanece risueña y digna, altiva y súbitamente sentenciosa. Norberto Valín la encuentra de pronto perfecta, como si toda la jornada de diplomacias y obviedades la hubiese convertido en una sultana más deseable que nunca. Las curvas de la blusa parecen mayores y mejor dibujadas; la suave caída del cabello sobre la frente resulta irresistible, tanto que el poeta del Ateneo prefiere apartar la mirada y centrarse en el monólogo del patriarca.
      -Ah, la Semana Santa, por supuesto, sé que la mencionas por puro compromiso, por quedar bien y dártelas de ciudadano comprometido. Seguramente mi hija te habrá dicho que es una de mis pasiones, pensará que así va a conseguir que nos hagamos amiguitos y me olvide de una vez del asco que me da imaginar vuestros sudores. En fin, por lo menos espero que no seas tan hortera como para recitarle uno de esos versos que escribes en el anuario del Ateneo en el momento más fogoso; no quiero ni imaginarlo, nada puede ser más aborrecible que un macho en retirada que pretende disimular la flaccidez de su pene haciéndose el poeta en los prolegómenos del encuentro sexual. No pongas esa cara, estoy de broma, a tu edad ya deberías saber que hay ciertos contextos de la vida en que el humor debe asumir sus riesgos. Al cabo, tú tienes cuarenta y tantos años, mi hija veinte y yo sesenta. Generacionalmente, tienes más que ver conmigo que con ella. Solo que evidentemente tú y yo no vamos a compartir sábana. Pero no sé a qué venía todo esto. Ah, sí, la Semana Santa, ese es el tema que te interesaba antes de que el licor desatase mi lengua y me obligase a pronunciar un discurso que deberemos olvidar en tres segundos. Tres, dos, uno, ya, olvidado, te decía, amigo Norberto, que quizás seas tú la persona ideal para el nuevo proyecto que queremos emprender los Cofrades del Calvario Absoluto. No, no entres todavía en pánico, ya pasó el tiempo de los sarcasmos. Ahora mismo me siento amable y hasta campechano, no permitiría que te crucificasen en público en una mascarada filipina, ni siquiera lo cambiaría por medio minuto de gloria en el telediario del mediodía. Lo que necesitamos es algo mucho más simple y pueril, en realidad nos valdría cualquiera, solo que prefiero ofrecértelo a ti como muestra del asombro que me produce la decisión de mi hija de acostarte contigo. Perdona, perdona, ya estoy recayendo en mis obsesiones, intentaré centrarme. Te lo resumo, me tomo otro trago y a continuación me callo: queremos construir un paso nuevo para la Semana Santa, algo que sea definitivamente original e incluso polémico. Pensamos muy seriamente que ya ha llegado el momento de homenajear a Dimas.
      -¿Dimas? -dice Valín, que pasa de la palidez al rubor y de nuevo a la palidez en el mismo minuto.
      -Sí, ya sabes, el Buen Ladrón, uno de los que murieron crucificados junto a Cristo Nuestro Señor.