lunes, 17 de octubre de 2011

El personaje

Ese hombre que camina por el pasillo buscando el interruptor del cuarto de baño, ese que aún no se atreve a abrir del todo los ojos y se rasca descuidadamente la cabeza, el mismo que intenta enderezarse ante la inminencia del espejo y trata de recomponer las simetrías del pijama, ese es Norberto Valín, de cuarenta y dos años de edad, soltero, licenciado en Filología Hispánica, levemente propenso al monólogo y a la obesidad. Lo hemos elegido después de un laborioso proceso de búsqueda y selección. Como todos ustedes comprenderán, en estos tiempos de avances tecnológicos y bibliotecas virtuales, no hubiera sido difícil dedicar nuestra atención a algún personaje más deslumbrante.
Para que se entretengan en el sano ejercicio de asentir con la cabeza y confirmen sus conocimientos sobre la sociedad local, a continuación les ofrecemos una brevísima lista de descartados. Sepa perdonarnos la extravagante taquillera del Cine B., con sus octogenarios misterios; discúlpenos el famoso jugador de balonmano Fernando R., al que se atribuyen numerosos lances amorosos, no tan espectaculares por la técnica de seducción exhibida sino más bien por lo contrario, esto es, la elegancia y deportividad con que se deja seducir el buen amante; disimule el aristócrata Sergio V., experto en heráldica al que la gente aborda por la calle para preguntarle por la etimología de tal o cual apellido, ya sea Martínez, Refoyo o Charfolet; sobre todo, por su condición de finalista, no nos lo tome a mal el siniestro individuo de tez morena que pasea a diario por la Avenida Príncipe de Asturias, retrocediendo constantemente sobre sus propios pasos, como si acabase de recordar una misión inaplazable y luego otra y así siempre; que estos cuatro y muchos más que aquí no citamos nos juzguen con la benevolencia que no merecemos. Ojalá algún día salga a su encuentro el biógrafo que por fin les haga justicia. Si Dios nos da salud  y prosa suficiente para seguir golpeando las teclas, quizá volvamos a hablar de ellos.
Pero, de momento, por las exigencias del otoño y las limitaciones presupuestarias que nos impone el nuevo milenio, tomamos la decisión de acompañar en sus itinerarios al mencionado Norberto Valín, que a estas alturas de lunes ya ha concluido los ritos matinales de la ducha, el desayuno y las previsiones meteorológicas de Radio Nacional de España. Como hombre de orden que es, Valín no sale a la calle sin conocer con precisión la temperatura que va a hallar. En caso de duda, opta siempre por el jersey más grueso o el chubasquero más impenetrable. Su condición de escritor no lo convierte en un temerario. Vean, si no, el esmero con que se acomoda el cuello lanoso, el cuidado con que protege su pescuezo de los previsibles embates de la fría ciudad. Reparen también en los rápidos movimientos de manos que ejecuta, bolsillo a bolsillo, pantalón y camisa, para asegurarse de que no olvida nada importante, por no hablar de esa sutil caricia final a la parte delantera de la cazadora, justo ahí donde emerge la prominencia del estómago. ¿No les parece enternecedor y a la vez ejemplar? ¿Hemos o no hemos acertado al seleccionarlo para esta historia? A duras penas resistimos la tentación de llamarlo por teléfono y comunicarle nuestra decisión. Si no lo hacemos, créannos, es solo por esa desconfianza absurda que suele haber entre narradores y personajes.
-Don Norberto -le diríamos directamente-, es usted el elegido, el protagonista.