lunes, 28 de noviembre de 2011

El camarero

      -Yo quise ser actor -dice Urbano, camarero del Ateneo Liberal, nuevo personaje que ahora les presentamos con la esperanza de que no le busquen parecido con ninguno de los cientos de camareros que ustedes, asiduos de la barra, seguramente conocerán.
      -¿Clásico o vanguardista? -pregunta uno de los socios, un octogenario de bigote que tose mucho, como si tuviera la garganta llena de flemas y el cuerpo entero asediado de muerte.
      -Actor en general. No niego mis simpatías por el género cómico, aunque creo que no desdeñaría nada. De joven quise irme a Madrid a estudiar teatro, quizás debí hacerlo, pero nunca di el paso, ya se sabe, las dudas, el servicio militar, mis padres no eran partidarios, la novia tampoco, en fin, luego me casé, vinieron los críos, ya se sabe, uno tiene que atender primero a sus obligaciones. El caso es que se me ha ido pasando el tiempo, pero no la ilusión. Ni la vocación ni las ganas de ensayar. De hecho, si se fija, este gesto que ahora hago para limpiar los vasos es un puro artificio dramático. Ya están limpios, pero introduzco en ellos el paño y le doy vueltas enérgicamente solo para parecerme al arquetipo de camarero del cine y la televisión.
      -Ya está otra vez con sus disparates -irrumpe D. José Fernández, el presidente -. ¿Qué habrá hecho el Ateneo para merecer esta desgracia? El oficinista quiere ser poeta, el encargado del bar sueña con ser actor... ¿Es que ya no queda nadie en esta ciudad con un mínimo sentido común? ¿Solo yo mantengo el contacto con la realidad?
      -Déjelos, déjelos -replica el moribundo-. La vida es muy aburrida en estas capitales del interior, los inviernos muy largos y fríos, los veranos insoportables. Es normal que la gente procure distracciones espirituales. A su edad, yo también tuve veleidades artísticas; a mí, en concreto, me gustaba pintar, aunque, por suerte, lo cambié pronto por el alcoholismo, que me pareció un vicio mucho más noble. Estoy seguro de que no hubiera llegado a la edad que tengo si no fuera por el mucho vino ingerido. Me he puesto algo amarillo y me salen manchas rojas en las mejillas, pero como efecto secundario hasta me parece entrañable.
         -Y patriótico -apostilla Norberto Valín, que hace gestos raros, como si se hubiera quemado con el café.
      -Por Dios, ¿ustedes se oyen? -insiste Fernández- España está hundida en un pozo de incultura e inmoralidad, el índice de desempleo es el mayor de la historia, nuestro Ateneo atraviesa una crisis económica tal vez definitiva... y la tertulia de los señores es una pura divagación sobre el teatro y las virtudes del vino.
       Callan los tertulianos y acto seguido saborean sus respectivas bebidas, todos menos el camarero que continúa absorto en su compulsiva limpieza de vasos. Les aclaramos que el silencio no proviene de alguna tácita aceptación del argumento del presidente, sino más bien de lo contrario. Mientras se preparan nuevos argumentos, suena una breve musiquilla, aguda y algo impertinente. Procede, sin duda, del bolsillo de Valín.
       -Esa es su novia -dice Urbano-, que ya le responde a su mensaje de las doce.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La novia

      Al principio fue una relación clandestina, impropia de adultos libres en capitales de provincia. No les molestaba la diferencia de edad; al contrario, los veinte años que los desunían facilitaban mucho la conversación, el intercambio de datos, el permanente asombro ante la manera con que el otro veía el mundo. Tampoco les preocupaba la reacción de las respectivas familias. En el momento en que empezaron a compartir lecho, Valín ya solo tenía primos lejanos, algunos de ellos residentes en el extranjero, y Margarita se había ganado ante sus padres y hermanos una justa fama de independiente y rebelde, por lo que no cabía mayor sorpresa ante la aparición cansina de un novio canoso. La clandestinidad, por tanto, no tenía más explicación que el mero juego en el que ellos, libremente, habían decidido involucrarse. Les divertía compartir cenas con amigos y saludarse con distancia, como si no tuviesen mucho que contarse uno al otro. Les excitaba fingir despedidas, "ya nos veremos", "hasta pronto", e incluso les provocaba un desconcertante placer el momento en que Margarita subía a su apartamento, en pleno centro histórico, y Norberto callejeaba con los otros comensales, acompañándolos portal por portal, hasta que por fin se quedaba solo y aún así aguardaba unos minutos en una plaza, muerto de frío y ardiente en deseo, haciendo tiempo para evitar encuentros no queridos en el regreso al hogar de su amada. En esos momentos, seguramente los más dichosos en el recuerdo que luego construyó, lamentaba no haber fumado nunca y no poder, por tanto, entretener la espera contemplando la ascensión del humo hacia la farola. Luego, cuando por fin se abrazaban, el contraste de temperaturas entre ambos era tan atroz que no les quedaba más remedio que entregarse a cópulas furiosas de orgasmos precipitados.
      "Una época fantástica, inolvidable, fuente de inspiraciones", piensa Valín, mientras escribe su mensaje de las doce en punto y suspira. No recuerda bien el momento exacto en que decidieron poner punto al misterio y convertirse en una pareja normal, homologable, de tardes de domingo en calle peatonal. Tal vez fue él mismo el que lo sugirió, seguramente un día en que se encontró cansado tras su paseo-disimulo. O quizá fue ella la que se cansó del juego y decidió que le molestaba muchísimo el ruido del ascensor de madrugada, qué dirían los vecinos y al mismo tiempo qué diablos le importaba a ella lo que pudiesen decir, quién le impedía mantener una relación formal o informal o cloroformal con Norberto, sin dar explicaciones a nadie y, sobre todo, sin que el pobre hombre se resfriase en las glorietas, sentado en un banco a las tres de la mañana.
      Suspira Valín de nuevo y repasa con los dedos la medida de un verso que se le resiste. "Maldita sinalefa", susurra. El próximo sábado, si Dios o el azar no lo remedian, conocerá a los padres y hermanos de Margarita, incluso a un tío misionero recién llegado del Ecuador. Será una gran cena. Llevará un par de botellas de vino de Toro y una tarta de yema con nueces. Procurará no beber demasiado, no vaya a ser que un exceso de elocuencia lo lleve a declamar alguno de sus viejos sonetos y la familia política no pueda disimular su lógica turbación. "Maldita sinalefa", repite, antes de bajar las gafas hasta la punta de la nariz, releer el mensaje que acaba de escribir y pulsar amorosamente la tecla "enviar".

jueves, 10 de noviembre de 2011

El puesto de trabajo

     Las llaves de las sucesivas puertas, las luces del pasillo y de la oficina, el termostato a veinte grados exactos, el ordenador que arranca despacio, la fotocopiadora obsoleta... Norberto Valín reitera los movimientos de cada mañana suavemente, acariciando los interruptores con mucha precisión, como solo saben hacer los hombres que no se dejan arrastrar por la rutina. Poco importa que lleve quince años repitiendo a diario los mismos gestos: es en los detalles donde se aprecia la valía del auténtico profesional. Mientras llega y no llega el éxito literario y el consiguiente devengo de los derechos de autor, Valín trabaja como auxiliar administrativo único de una de las sociedades más veteranas y prestigiosas de nuestra ciudad. Sí, lo han adivinado, nos referimos al Ateneo Liberal, una institución casi centenaria. La wikipedia asegura que fue fundada en abril de 1917 por un grupo de empresarios locales, al parecer entusiasmados por las noticias que llegaban de Rusia. Entre sus objetivos se encuentra la promoción cultural, la organización de debates y conferencias, la publicación de una revista trimestral y, en un terreno más festivo, la celebración de eventos gastronómicos y bailes de carnaval. Alcanzó su época de esplendor en los años cincuenta y sesenta. La transición democrática ejerció sobre ella funciones de libertad y parálisis, una extraña anestesia de la que despertó, repentinamente briosa, en los albores del milenio, quizás por causa de la moda y sus molestos movimientos pendulares. Hoy en día, como comentan de vez en cuando los cronistas, no corren los mejores tiempos para el Ateneo. Son muchas más las bajas (defunciones en su mayoría; y eso que la esperanza de vida en nuestra provincia es una de las mayores de España) que las altas de socios; bien lo sabe el auxiliar administrativo que las registra y anota en el correspondiente libro. Por otra parte, las nuevas generaciones de ciudadanos no parecen haber heredado de sus abuelos la necesidad de compartir tertulia y proponer soluciones al caos occidental.
       -Es comprensible -le explica Valín al presidente del Ateneo, D. José Fernández-, la gente joven solo se comunica por Internet. Yo mismo, en mis ratos libres...
       -No diga tonterías, Valín -replica Fernández, siempre vehemente-, ya no es usted tan joven. El problema del Ateneo es puramente semántico. A ver, dígame, ¿qué significa liberal? Es un adjetivo que hace alusión al respeto por las libertades del individuo, ¿no es así? Pues no, esa acepción ya pasó a la historia. Hoy en día, se refiere solamente a la persona frívola y deshonesta, la que hace gala de su promiscuidad y la exhibe sin pudor. Lea, lea los periódicos y verá que tengo razón. Fíjese aquí, en la sección de contactos: "dama liberal se ofrece a caballeros solventes". ¿Se da cuenta? Por eso hemos llegado a esta situación de decadencia, es inevitable. ¡La gente piensa que somos un burdel!
       Estas conversaciones, casi siempre breves y un poco atropelladas, son prácticamente las únicas que mantiene Valín en las primeras horas de la mañana. El resto del tiempo se le va en la lectura de la prensa local, la comprobación de que no hay ninguna novedad reseñable en el correo recibido y, lo más importante, el repaso meticuloso a una colección de cincuenta sonetos que lleva escribiendo y corrigiendo varios años, con la intención de presentarlos al Premio de Poesía de la Fundación Loewe.
       -¿Sigue usted con los versos? -le pregunta a veces el cartero, un hombre con muchos cambios de humor, a veces cordial y a menudo huraño.
       -El endecasílabo es todo un mundo, un misterio matemático.
       -Y seguramente irresoluble, como casi todo en la vida -responde el cartero mientras se va, siempre con su camisa en perfecto estado de amarillez.
       A las doce en punto, según se oyen las campanadas del ayuntamiento, Norberto Valín coge el teléfono móvil y envía un mensaje de texto a su novia, una muchacha llamada Margarita del Casar. Ah, vaya, comprobamos que estas últimas palabras les han sorprendido. Algunos de ustedes han levantado las cejas, otros las han fruncido como si les disgustase la novedad. Pues lo sentimos, pero era nuestro deber comunicarles que, a pesar de lo que prescriben los tópicos, el autor de sonetos Norberto Valín tiene novia. Y no solo eso, sino que, además, posee un teléfono móvil.