lunes, 19 de marzo de 2012

Los resplandores

      Lástima que la fotografía digital haya acabado con ese ritual hermoso de la fama breve, la gloria fugaz del poeta que se somete a los sucesivos resplandores de media docena de fotógrafos, todos ellos ignorantes de su obra y desconocedores de la perfección silábica y rítmica de los versos, del mismo modo que el autor premiado no sabe nada de los contratos indignos a que se ven sometidos los que ahora procuran el mejor encuadre y aprietan con insistencia el botón de acción, preocupados en llegar a tiempo a la siguiente rueda de prensa o concentración vecinal o manifestación o suicidio o convocatoria o boda o partido de fútbol. Lástima, decíamos, que ya no se estile el flash y el homenajeado no se vea en la obligación de cerrar los ojos, de protegerse con las manos a modo de visera, de convertir la sonrisa en mueca. Y lástima, en este caso, que el alcalde del Cúbico de los Molares sea tan inmenso que cualquiera que se retrate a su lado quede inmediatamente disminuido y enclenque, ridículo en su lírica, absurdo en su subgénero.
      Suerte, en cambio, que el trasiego municipal y su sucesión de secretarios, acreedores y aspirantes a la concejalía de urbanismo, no permita el necesario e inmerecido descanso para el citado alcalde, que rodea con sus gigantescos brazos al poeta Valín, le reitera las enhorabuenas en un apretón de manos bélico y desigual, le palmea con rudeza en la espalda animándole a nuevas gestas literarias y finalmente se despide, argumentando que le aguarda un durísimo y agrio almuerzo con varios constructores de la provincia, algunos de los cuales, sospecha, intentarán sobornarlo, un escándalo al que no dirá ni sí ni no ni todo lo contrario, como es lógico en un representante del pueblo al que, más que la moral o la anticuada honra, mueven el pragmatismo y la necesidad de aceras y farolas y parques con columpios debidamente homologados para que ningún niño del lugar se infecte y finalmente deba ser sometido a una tristísima amputación que le impida, por ejemplo, el ejercicio de la esgrima.
      E inmensa fortuna que la concejala de Cultura, en la que seguramente se ha reencarnado alguna famosa actriz norteamericana de los años setenta, sin que ninguna de las dos, ni la encarnada ni la encarnadora, sepa de tan fantástica confluencia, disponga de toda la tarde libre y no encuentre en su agenda otro plan que no sea proseguir el homenaje y acompañar al premiado Norberto al mejor restaurante de la localidad, invitarlo allí al más exquisito menú y a los más reveladores vinos, siempre a cargo de la tarjeta de crédito municipal, y conducirlo luego en coche particular al afamado Mirador Solariego del Castillo de San Eduardo, desde donde se contemplan magníficos crepúsculos y muchos poetas caen rendidos y enamorados ante el encanto casi adolescente de las concejalas de Cultura, sin que importe mucho que en algún interregno imprevisto suene el teléfono móvil y sea la novia oficial, la gran Margarita, y sea menester decirle que el acto literario continúa y no es posible prever hora de finalización.