lunes, 5 de diciembre de 2011

El aperitivo

      Al final ha optado por una caja de madera, elegantemente adornada con cintas rojas que se cruzan y dibujan diagonales perfectas, en cuyo interior reposan tres botellas de vino de crianza. De momento se pospone lo de la tarta de yema con nueces. Si la relación avanza y la familia política se muestra acogedora, ya habrá tiempo para mayores dispendios. Lo de hoy, afirma Norberto ante su propia conciencia, no es más que un contacto inicial, una presentación destinada a que los padres y hermanos de Margarita, incluso el tío misionero, disipen los temores que lógicamente había causado el noviazgo de la hija rebelde con un cuarentón de nómina gris y aficiones poéticas.
      Para la ocasión, el oficinista Valín extrae del armario, por primera vez en lo que va de año, su traje gris, ese que tan poco usa y que lleva camino de quedarse anticuado. Lo compró hace tres años en Confecciones Hogar, una de las tiendas más veteranas de la capital, famosa por sus precios ajustados y la calidad de sus productos. En fin, también son muy conocidos los rumores que atribuyen a su dueño una cierta tendencia al tocamiento, pero no nos corresponde a nosotros establecer la definitiva frontera entre la veracidad y la calumnia. Norberto Valín cree recordar que el celo con que el hombre retiró algunos hilos de la parte de la cremallera, a escasos milímetros de los genitales del usuario, podría ser considerado excesivo, pero no por ello se va a dejar de valorar la buena caída del traje ni la distinción de la tela. Seguro que a los padres de Margarita, personas de orden y buen gusto, les agradará aquel tono gris oscuro. Por no pasarse de ceremonioso, decide el poeta no llevar corbata; así podrán ver sus hipotéticos suegros que, tras la sobria camisa blanca, se exhibe un pecho abierto, limpio y formal.
      -A mi padre lo conquistarás fácilmente si le hablas de la Semana Santa -le ha advertido la novia, no con el entusiasmo de la muchacha ingenua, sino más bien con ese aburrido desdén del que ofrece un consejo que en el fondo le parece ridículo.
       Valín agradece el detalle y repasa mentalmente posibles temas de conversación. Nunca le ha interesado mucho la Semana Santa; ni siquiera asiste a las tertulias quincenales del Ateneo Liberal, esas en las que señores de alta pasión y baja prosa discuten sobre la conveniencia de modificar el itinerario del Nazareno tal o la necesidad de renovar capas y medallones de los cofrades cuales. De hecho, siempre que las procesiones recorren las calles principales de la ciudad, Norberto suele aprovechar para alejarse del bullicio y emprender largos paseos por los bosques de los alrededores, con bocadillo de queso y libreta en blanco. Allí, entre docenas de pinos, con sonidos remotos de tambores y cornetas, ha escrito algún soneto de raíz ecologista, por ejemplo el titulado "El saltamontes", que tal vez alguno de ustedes habrá oído recitar en el festival de fin de curso del colegio de sus hijos. Aun así, a pesar de su escasa afición, no niega Valín una irresistible simpatía por algunos personajes del Evangelio, los menos importantes, los secundarios de poco lujo. Será de ellos, cuando llegue la ocasión, de los que tal vez hable con el padre de Margarita.
       -¿Ha pensado usted -le dirá- en la terrible tristeza del soldado romano al que San Pedro, en un arrebato de ira, seccionó la oreja? ¿No cree que ese hombre merece un recuerdo solemne?