lunes, 21 de noviembre de 2011

La novia

      Al principio fue una relación clandestina, impropia de adultos libres en capitales de provincia. No les molestaba la diferencia de edad; al contrario, los veinte años que los desunían facilitaban mucho la conversación, el intercambio de datos, el permanente asombro ante la manera con que el otro veía el mundo. Tampoco les preocupaba la reacción de las respectivas familias. En el momento en que empezaron a compartir lecho, Valín ya solo tenía primos lejanos, algunos de ellos residentes en el extranjero, y Margarita se había ganado ante sus padres y hermanos una justa fama de independiente y rebelde, por lo que no cabía mayor sorpresa ante la aparición cansina de un novio canoso. La clandestinidad, por tanto, no tenía más explicación que el mero juego en el que ellos, libremente, habían decidido involucrarse. Les divertía compartir cenas con amigos y saludarse con distancia, como si no tuviesen mucho que contarse uno al otro. Les excitaba fingir despedidas, "ya nos veremos", "hasta pronto", e incluso les provocaba un desconcertante placer el momento en que Margarita subía a su apartamento, en pleno centro histórico, y Norberto callejeaba con los otros comensales, acompañándolos portal por portal, hasta que por fin se quedaba solo y aún así aguardaba unos minutos en una plaza, muerto de frío y ardiente en deseo, haciendo tiempo para evitar encuentros no queridos en el regreso al hogar de su amada. En esos momentos, seguramente los más dichosos en el recuerdo que luego construyó, lamentaba no haber fumado nunca y no poder, por tanto, entretener la espera contemplando la ascensión del humo hacia la farola. Luego, cuando por fin se abrazaban, el contraste de temperaturas entre ambos era tan atroz que no les quedaba más remedio que entregarse a cópulas furiosas de orgasmos precipitados.
      "Una época fantástica, inolvidable, fuente de inspiraciones", piensa Valín, mientras escribe su mensaje de las doce en punto y suspira. No recuerda bien el momento exacto en que decidieron poner punto al misterio y convertirse en una pareja normal, homologable, de tardes de domingo en calle peatonal. Tal vez fue él mismo el que lo sugirió, seguramente un día en que se encontró cansado tras su paseo-disimulo. O quizá fue ella la que se cansó del juego y decidió que le molestaba muchísimo el ruido del ascensor de madrugada, qué dirían los vecinos y al mismo tiempo qué diablos le importaba a ella lo que pudiesen decir, quién le impedía mantener una relación formal o informal o cloroformal con Norberto, sin dar explicaciones a nadie y, sobre todo, sin que el pobre hombre se resfriase en las glorietas, sentado en un banco a las tres de la mañana.
      Suspira Valín de nuevo y repasa con los dedos la medida de un verso que se le resiste. "Maldita sinalefa", susurra. El próximo sábado, si Dios o el azar no lo remedian, conocerá a los padres y hermanos de Margarita, incluso a un tío misionero recién llegado del Ecuador. Será una gran cena. Llevará un par de botellas de vino de Toro y una tarta de yema con nueces. Procurará no beber demasiado, no vaya a ser que un exceso de elocuencia lo lleve a declamar alguno de sus viejos sonetos y la familia política no pueda disimular su lógica turbación. "Maldita sinalefa", repite, antes de bajar las gafas hasta la punta de la nariz, releer el mensaje que acaba de escribir y pulsar amorosamente la tecla "enviar".