jueves, 10 de noviembre de 2011

El puesto de trabajo

     Las llaves de las sucesivas puertas, las luces del pasillo y de la oficina, el termostato a veinte grados exactos, el ordenador que arranca despacio, la fotocopiadora obsoleta... Norberto Valín reitera los movimientos de cada mañana suavemente, acariciando los interruptores con mucha precisión, como solo saben hacer los hombres que no se dejan arrastrar por la rutina. Poco importa que lleve quince años repitiendo a diario los mismos gestos: es en los detalles donde se aprecia la valía del auténtico profesional. Mientras llega y no llega el éxito literario y el consiguiente devengo de los derechos de autor, Valín trabaja como auxiliar administrativo único de una de las sociedades más veteranas y prestigiosas de nuestra ciudad. Sí, lo han adivinado, nos referimos al Ateneo Liberal, una institución casi centenaria. La wikipedia asegura que fue fundada en abril de 1917 por un grupo de empresarios locales, al parecer entusiasmados por las noticias que llegaban de Rusia. Entre sus objetivos se encuentra la promoción cultural, la organización de debates y conferencias, la publicación de una revista trimestral y, en un terreno más festivo, la celebración de eventos gastronómicos y bailes de carnaval. Alcanzó su época de esplendor en los años cincuenta y sesenta. La transición democrática ejerció sobre ella funciones de libertad y parálisis, una extraña anestesia de la que despertó, repentinamente briosa, en los albores del milenio, quizás por causa de la moda y sus molestos movimientos pendulares. Hoy en día, como comentan de vez en cuando los cronistas, no corren los mejores tiempos para el Ateneo. Son muchas más las bajas (defunciones en su mayoría; y eso que la esperanza de vida en nuestra provincia es una de las mayores de España) que las altas de socios; bien lo sabe el auxiliar administrativo que las registra y anota en el correspondiente libro. Por otra parte, las nuevas generaciones de ciudadanos no parecen haber heredado de sus abuelos la necesidad de compartir tertulia y proponer soluciones al caos occidental.
       -Es comprensible -le explica Valín al presidente del Ateneo, D. José Fernández-, la gente joven solo se comunica por Internet. Yo mismo, en mis ratos libres...
       -No diga tonterías, Valín -replica Fernández, siempre vehemente-, ya no es usted tan joven. El problema del Ateneo es puramente semántico. A ver, dígame, ¿qué significa liberal? Es un adjetivo que hace alusión al respeto por las libertades del individuo, ¿no es así? Pues no, esa acepción ya pasó a la historia. Hoy en día, se refiere solamente a la persona frívola y deshonesta, la que hace gala de su promiscuidad y la exhibe sin pudor. Lea, lea los periódicos y verá que tengo razón. Fíjese aquí, en la sección de contactos: "dama liberal se ofrece a caballeros solventes". ¿Se da cuenta? Por eso hemos llegado a esta situación de decadencia, es inevitable. ¡La gente piensa que somos un burdel!
       Estas conversaciones, casi siempre breves y un poco atropelladas, son prácticamente las únicas que mantiene Valín en las primeras horas de la mañana. El resto del tiempo se le va en la lectura de la prensa local, la comprobación de que no hay ninguna novedad reseñable en el correo recibido y, lo más importante, el repaso meticuloso a una colección de cincuenta sonetos que lleva escribiendo y corrigiendo varios años, con la intención de presentarlos al Premio de Poesía de la Fundación Loewe.
       -¿Sigue usted con los versos? -le pregunta a veces el cartero, un hombre con muchos cambios de humor, a veces cordial y a menudo huraño.
       -El endecasílabo es todo un mundo, un misterio matemático.
       -Y seguramente irresoluble, como casi todo en la vida -responde el cartero mientras se va, siempre con su camisa en perfecto estado de amarillez.
       A las doce en punto, según se oyen las campanadas del ayuntamiento, Norberto Valín coge el teléfono móvil y envía un mensaje de texto a su novia, una muchacha llamada Margarita del Casar. Ah, vaya, comprobamos que estas últimas palabras les han sorprendido. Algunos de ustedes han levantado las cejas, otros las han fruncido como si les disgustase la novedad. Pues lo sentimos, pero era nuestro deber comunicarles que, a pesar de lo que prescriben los tópicos, el autor de sonetos Norberto Valín tiene novia. Y no solo eso, sino que, además, posee un teléfono móvil.